Existía una bahía. Las corrientes del mar habían traído a diferentes
personas de distintos lugares. La mayoría esclavos libres, pequeños
comerciantes, ladrones, vagabundos, desahuciados…
La zona, árida y poco fructífera a comparación de otras, había sido olvidada
por las naciones e imperios antiguos, lo cual permitió que los habitantes que
decidieron establecerse ahí, desarrollarse y multiplicarse. La bahía con los
años se volvió un puerto muy comercial, mas no por esto una ciudad bella y
rica, por el contrario, poseía un panorama pobre y desordenado. Quien llegaba
sólo veía casas mal construidas, algunas ruinas y propiedades abandonadas,
caminos de tierra y piedras, mucha gente en movimiento, un mar entre verde y
marrón y embarcaciones de madera.
Existían tres clases de habitantes dentro de la ciudad: los comerciantes,
que al tener un negocio propio eran considerados los más ricos, los
trabajadores como clase media, y los pobres conformados por enfermos, ladrones
e incapacitados. Sin embargo, en aquel lugar, nadie ostentaba ni un poco de lo
que tenía, por miedo a robos y celos del resto, por lo que todos vestían casi
igual.
Entre la gente un muchacho corre lo más rápido que puede. Llega a casa y con
tono desesperado busca a su padre. Raquesh, era un joven de 14 años, el segundo
de tres hijos, hábil en deportes y las artes manuales.
-¡Padre! ¡Padre!-Gritaba por toda la casa
En el segundo piso, se encontraba su hermano menor. Nesh, de 10 años, nació
mudo. Debido a su discapacidad los demás niños de su edad no querían jugar con
él y aún era muy pequeño como para ayudar a su padre en las labores, por lo que
pasaba sus días encerrado en casa, ayudando a mantenerla y confeccionando
pulseras y collares de tela para que su padre pudiera venderlas.
-¡Nesh! ¿Papá aún no vuelve?- Nesh movió la cabeza como diciendo “no” e hizo
un ademán de que aún no volvía de trabajar.
-Hermano, por favor, confeccióname el tocado más bello, la pulsera más
hermosa, el collar más exquisito.-
Nesh lo quedó mirando.
-Alguien ha pedido a Nahaire- exclamó y salió corriendo.
A unas cuadras de su casa, estaba el puerto, en el puerto un mercado y en el
mercado quedaba la tienda del Padre de Raquesh. Rama era un comerciante de
ollas, artículos de metal y algunos textiles. Rama era un adulto no muy viejo
pero su rostro severo lo hacía parecer mayor. Rama había sido abandonado por su
esposa al poco tiempo de nacer Nesh. En una pelea por la poca comodidad de
ofrecía el comerciante, ella decidió irse con un marino de las tierras del
norte. Desde entonces Rama se volvió un poco huraño y algo amargado.
-¡Padre! ¡Padre! –llegó Raquesh gritando
-Que sucede Raquesh? Estoy trabajando.-
-Papá necesito que me prestes 500 monedas de oro-
-¿¡Qué estás diciendo!? Eso es mucho dinero. ¿Qué has malogrado?-
-Nada papá. Han pedido a Nahaire.-
-¿Quién es esa? ¿Cómo lo sabes?
-Frente a su casa, en la pared, han escrito “Nahaire” en tinta roja.
-Bah, tonterías, esas son sentimentalismos antiguos. No significan nada. Ya
deja de asustarme así y vete a ocuparte de tus asuntos.- Y empujándolo hacia
afuera de la tienda Rama siguió en sus asuntos.
Raquesh, calmó la desesperación pero no pudo evitar la sensación de vacío.
Nahaire, era la única hija de un comerciante de frutas. Era huérfana de madre.
Su padre andaba más preocupado por sus negocios que por ella, a la cual le
repetía seguido que no había traído nada bueno a su casa. Solitaria, se
refugiaba en su grupo de amigos, donde Raquesh no dejaba de mirarla.
Desconsolado Raquesh llegó a casa. Se sentó a la mesa a pensar, cuando en eso
llegó Tam, su hermano mayor. Tam, de 17, era guapo y corpulento. Su habilidad y
fuerza le habían conseguido la supervisión del taller de su padre, logrando una
mayor producción y por ende, ingresos independientes para él.
-¿Qué pasa hermano? Te veo triste.- Dijo Tam.
-Nada hermano. Estaba pensando cómo conseguir dinero. Tú sabes… para ser
como tú y papá- mintió.
-Trabaja duro, deja de perder el tiempo aquí y procura no mentirme-
respondió. –No es el dinero lo que te preocupa. ¿Qué es?-
-No nada. Es dinero nada más-
-Ah, ¿sí? ¿Como éste? –dijo sacando un cofre con monedas de oro.
-¿De dónde lo sacaste?- exclamó Raquesh
-Promete guardar el secreto. Pienso pedir a la hija del frutero como esposa.
Ya lo anuncié en su pared. Me enteré que su negocio no va bien por la sequía,
así que no hay pierde. Ella es bonita y joven, será una buena esposa. En unos
meses, para cuando cumpla 18, le pediré a nuestro padre que solicite una
reunión formal. ¿Qué te parece?
Raquesh no dijo nada.